Tumbada en mi hamaca contemplo la luna casi llena. Hace un par de días brotaron las primeras flores de jazmín y un olor dulce que habla de primavera se mezcla con la tibia noche. Llevo varios días sintiéndome muy agradecida por todo lo que tengo, sintiendo la magia de la vida brotar con las flores en mi jardín. Podría hacer una lista interminable de cosas por las que ahora mismo me siento agradecida, pero hoy, esta noche de temprana primavera quería dar las gracias a mi círculo de mujeres-hermanas que me acompañan en el camino.
Nos conocimos por casualidad, aunque sabemos muy bien que las casualidades no existen.
Junto a ellas he nacido como madre, crecido como persona y me he convertido en mujer. Durante muchos años me sentía perdida porque no encontraba mi lugar en el mundo. Con ellas descubrí mis raíces, que ahora me permiten volar en el mundo sin miedo a perder mi centro.
No siempre pensamos igual, no hacemos las mismas cosas ni tenemos las mismas prioridades. Pero nos respetamos. Nos apoyamos. Nos queremos. Cuando alguien me habla de la envidia que parece existir entre las mujeres, o que siempre compiten entre ellas, me sorprendo. Si, si, también he pertenecido a ese mundo donde las mujeres se pelean como gatas y sólo pueden brillar cuando la otra apaga su luz. Pero desde que tengo a mi círculo de mujeres-amigas-hermanas sé que no es así. No debe ser así. Con ellas he conocido la hermandad entre mujeres. Nos alegramos si la otra tiene éxito o está feliz. Lloramos con ella y la sostenemos si pasa por momentos difíciles. He comprobado en mis propias carnes que la alegría crece cuando es compartida y las tristezas pesan un poco menos cuando hay alguien que te agarra la mano. Hemos pasado por momentos muy dolorosos, pero entre nosotras las palabras y lágrimas pueden fluir, limpiar y con el tiempo sanar.
No hay tabúes. Entre ellas hay un lugar para mí, donde yo puedo ser yo misma, sin máscaras. Explorarme y conocerme, sin miedo a equivocarme.
Esas cosas que no cuento a nadie en sus corazones encuentran un hueco. Un mensaje, una llamada.. una quedada llena de niños, tés y risas. Otras veces lágrimas y abrazos. Nos llenamos con la energía que nace de la fricción entre nuestras almas. Volvemos siendo un poco más enteras.
Juntas celebramos el paso del tiempo. Festejamos embarazos, nacimientos, bodas, enamoramientos. Lloramos pérdidas y creamos un espacio sagrado con simplemente un abrazo y una comida compartida. Otras veces danza y hogueras. Tenemos nuestras propias tradiciones que año tras año van marcando las estaciones y enraizándonos en el mundo.
Contemplo la luna y siento los lazos invisibles que nos conectan. Sé, que cuando vosotras subís vuestra mirada al cielo también me abrazáis. La distancia deja de existir, el tiempo se esfuma en la noche. Gracias queridas hermanas-mujeres de mi vida. Ojalá todas las mujeres encuentren lo que yo encontré en vosotras. Los años pasan y las circunstancias cambian. A veces nos separan miles de kilómetros, otras veces mucho más. Pero cuando nos volvemos a encontrar nos damos cuenta de que nada de eso es real, en el corazón no existe el tiempo ni la distancia.
Gracias Rosa, Fleur, Yasmín, Sonia, Rocío, Carmen y Graziela.
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