lunes, 19 de abril de 2010

Estrellita

Estrellita, ¿por quién brillas una noche tan silenciosa como esta? Los humanos están tan ocupados con sus deberes y fiestas, para no hablar de los que ya están lejos de aquí en sueño, y no te ven. ¿Habrá alguien que se pare en la terraza para contemplarte, desearte suerte en tu largo viaje, o pedirte un deseo? ¿Habrá alguien que se maravilla por tu fuerza de hacer llegar tu luz desde tan lejos? Y ¿por qué lo sigues haciendo? Si nadie te ve, ni te hace caso, ni te echaría de menos si no estuvieras entre los billones de otras estrellas, ¿qué amor infinito te llena para seguir mandándonos tu luz?

Lluvia de abril

Llueve. El camino de tierra se ha convertido en un río de barro, y con cada trueno tiemblan las paredes finos de madera. Es una lluvia de primavera, renueva, moja y nos invita a escondernos en el cobijo de nuestras casas y pensamientos. Abro la puerta y contemplo las gotas que caen en la terraza y veo el relámpago. 1..2..3…4…..7 segundos hasta que aparece el trueno. La tormenta se está alejando, hace unos momentos sólo podía contar dos segundos.

La lluvia me relaja, hace que las tensiones de mi cuerpo desaparecen, los nudos se deshacen y mi mente puede explorar libremente en el vacío que queda. No necesito moverme, no necesito bailar, porque siento que el mundo se mueve por mí, las gotitas que caen están llenas de energía que no cesa. Mi vida, tan lleno de movimiento encuentra la paz, y mi cuerpo puede estar quieto, simplemente contemplando.
Recuerdo cuando era pequeña, en la casita de campo en Finlandia dónde me crié, las tormentas y lluvias de otoño solían ser fuertes y frecuentes. Me sentaba en la terraza, contemplando las velas que bailaban en el viento húmedo que entraba por las grietas en la pared. A veces me escondía del mundo en el bosque, o debajo de un barco sacado del agua, para poder sentir sobre mi piel la energía que bailaba con las gotas de agua, el pelo que se ponía de punta con los trueno, y la humedad del césped que hacía que mi cuerpo temblara de frío. Otras veces salía desnuda, y bailaba un baile quieto entre gota y gota, dejando que el olor a tierra mojada inundara mis sentidos. Y me sentía tan conectada, con la madre naturaleza, la tierra, el universo…

Mi padre siempre me contaba, que el día cuando nací, había una tormenta que encerraba a mi padre con mis dos hermanos en la casa de campo mientras mi madre paría en el hospital. Sin electricidad, tenían miedo de que pasara algo, incomunicados, no podían acompañarme en mi nacimiento a este mundo. Me contaba que era Dios quién estaba tan enfadado porque no quería despegarse de mí, y por eso provocaba esos fuertes truenos y la lluvia. Luego entendí, que no había ningún Dios enfadado, que la decisión de entrar en el vientre de mamá lo había tomado mucho tiempo antes, con la bendición de todas las fuerzas y poderes. Pero el cuento de mi padre me hacía sentirme especial, querida, y aliada con esa energía liberada durante las tormentas.

Hoy, siento que la lluvia baila para mi otra vez. Me renueva, me llena de energía, limpia el mundo a mi alrededor. Y me inunda con lo que tanto busco en mi vida, la quietud. Permite a mi cuerpo, por unas horas, estar quieta, sin necesidad de correr, buscar, bailar, explorar…

Dentro de poco la lluvia cesará y el mundo se queda quieto, con sólo unos los pájaros volando y una suave brisa que mueve las ramas fuera de la ventana. Los coches vuelven a arrancar para devolver sus dueños a la vida social, el movimiento empieza. Necesitamos equilibrar esa paz exterior con movimiento, y no paramos de correr, crear, saltar… salimos de nuestro cobijo y volvemos a vivir. El sonido de las gotas de lluvia contra el tejado dejará sitio para el martillo del vecino, el canto del pájaro, los gritos, los coches, una risa…

Pero mientras dure la lluvia me quedaré aquí contemplando, soñando, en silencio y quietud, llenándome de paz para cuando los primeros rayos de sol entren por la ventana y me inviten a bailar.