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Para mí, tener presente las tres caras de la danza me permite disfrutar la danza de una manera más profunda. Y cuándo analizo los espectáculos de danza que me dejan sin respirar, con las emociones a flor de piel transportándome a otra realidad, percibo que la bailarina siente y vive estas tres caras o cualidades de la danza. Consiguen fusionar estas tres cualidades de la danza y crear una poción mágica en movimiento que conecta con tu alma.
La primera de las caras, y seguramente la más moderna, es la del espectáculo. La mayoría de nuestros bailes de hoy en día solamente contemplan esta cara de la danza. Y hay espectáculos mejores y peores... hay los que son un "acumulatécnica" (desgraciadamente bastante común en la danza del vientre). Y luego los otros, que son un espectáculo porque sorprenden, cuentan un cuento en movimiento, te llevan de la mano a través de una historia. Esta es la danza que llamo "danzar hacía afuera". Y para poder hacerlo, primero tengo que conocerme y saber dónde estoy. Tengo que partir de mi misma, y dar ese algo, contar esa historia, transmitir esa sensación, hacía afuera. Si nunca llegué a ir hacía dentro para poder sacar ese algo hacía fuera, difícilmente podré dar algo más que no sea un acumulo de pasos y técnicas. ¿Y qué es lo que quiero contar? ¿Dónde lo encuentro? ¿Dónde lo he vivido y sentido?
La segunda cara es la diversión y el compartir con el prójimo. En todos los tiempos se ha bailado (y menos mal, aún se sigue bailando por diversión, no todo se quedó relegado al espectáculo) por la pura diversión. Nacen de las danzas antiguas alrededor de la hoguera, cuando aún no existía la palabra para contar cuentos. Porque mucho antes de nacer el intelecto como lo conocemos hoy en día, existía la necesidad de crear música, de compartir y dejar que esos emociones y sentimientos fluyeran por el cuerpo, a través del prójimo y de vuelta hacía uno mismo. No existía la técnica, ni el movimiento mal o bien realizado. Existía esa necesidad soltar las emociones con las pisadas y saltos, compartir un nacimiento, un festejo, un miedo o una despedida. El movimiento se convertía en el puente entre humanos, que la palabra no podía transmitir. Era una manera de sentir al unisono, de compartir frecuencia con los demás miembros. Las danzas de pareja, o cuando se baila en fiestas y reuniones por el mero hecho de divertirse
La tercera cara es la de las danzas místicas. Aunque mucho más ocultos en nuestra sociedad, la experiencia mística del baile aún está presente. Las danzas sufíes, las danzas que te llevan al trance, las danzas destinadas a la devoción del dios o la diosa son sólo ejemplos. Y es también aquí donde podemos hablar de danzas terapéuticas, esa definición de algo antiguo que está creciendo ahora como movimiento. Es cuando la danza se convierte en una herramienta para crecer, conocerse, buscarse. Explorar emociones y liberar bloqueos. Pero la danza mística nace mucho más allá, con el nacimiento de los primeros humanos. Porque con ellos, nació también la necesidad de sentir y expresar la magia de la vida, buscar las respuestas de las grandes preguntas incontestables. O quizás en un principio no existían preguntas, si no simplemente la certeza de estar en conexión con la vida, la naturaleza y la divinidad. La danza era la herramienta para sentir esa conexión, alimentar el alma, rezar, sentir, crecer. Y para sentir necesitamos ir hacía dentro. Necesitamos dejar la necesidad de control del mundo exterior, soltar y dejarnos llevar hacía nuestro interior. Es la herramienta clave para sentirnos, para conocernos y danzar solamente para nosotras mismas. "Baila como si nadie te estuvieras viendo". Porque entonces, descubres algo maravilloso y escondido en esos simples pasos que quizás hayas realizado mil veces antes sin experimentar nada especial.
Para mí, esta son las tres pilares de la danza. Ninguna es mejor o peor, pero si falta uno el monumento tambalea. Las tres hace completa la danza, tanto como experiencia interna como experiencia externa o espectáculo. La convierte en arte.
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