Anoche soñé con ese lugar secreto y olvidado. Ese lugar añorado que aún no conozco pero donde hay duendes que habitan en las barrigas de sus mamás, otros enganchados a su chorro de sangre y leche, mientras los más tímidos se esconden entre las ramas de los árboles. No hay casas ni pozos ni calles, tan sólo piedras que enmarcan el camino y manantiales con agua cristalina que sacia el alma del vagabundo. Porque ahí somos todos vagabundos, en un bosque donde debajo de cada árbol se encuentra un cobijo y un hogar. Ahí, la madre tierra, fértil y cálida, nos abraza por la noche, nos humedece y nos despierta con el rosario, nos mantiene calientes durante el invierno, y nos refresca en verano. Los árboles nos ofrece sus frutos y hojas para decorarnos y las almas de los animalitos que ahí habitan se convierten en nuestra familia. Hay cuevas dónde por las noches nos iluminan las llamas de la hoguera de las más sabias, y los osos nos cubren con su piel. Los sonidos de la noche más oscura nos invitan a su baile salvaje e hipnótico, donde el amor y el arte se mezclan con la magia. Si hace frío nos acurrucamos entre los árboles y nos tumbamos entre las piedras aún calientes del sol, mientras el atardecer juega con sus colores encima de las montañas. Naranja, amarillo y lila azulado.
En mi sueño mis pies descalzos sienten el frío del atardecer y la energía de las raíces mientras camino hacía el árbol que esta noche será mi hogar. Una higuera grande con hojas verdes y jugosas me invita a compartir su alma durante las horas de sueño más profundo. No estoy sola ni acompañada, formo parte de la vida y del bosque. Igual me abraza la raíz de la higuera y la piedra a su lado, igual me calma el búho en aquel pino un poco más hacía la montaña o el olor a lavanda de alguna colina cercana. Por fin estoy en casa. Aquí la sangre que sale de mi cuerpo y corre por mis piernas se mezcla con la tierra, la fertiliza y vuelve a ser lo que era. Sangre poderosa y curativa. Aquí nada es como en el mundo de ahí arriba. Aquí las gotas de la suave lluvia de otoño me limpian la mejilla y el sudor, refresca mi alma y alimenta mi ser. Las cálidas noches de verano me invitan a esconderme debajo de las ramas y el frío invierno me hace descubrir la magia de un extásico baile alrededor de una llama. Por fin estoy en casa, unas horas más, hasta que el despertador me despierte y me lleve otra vez hacía un mundo extraño de ahí arriba. Lleno de asfalto, cemento y quehaceres, que aquí en la profundidad del bosque de los duendes no consiguen cobrar sentido.
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